Toma asiento y abre la boca
Hoy en día nos resulta imposible imaginar el trabajo de un odontólogo sin su característico sillón reclinable de diseño ergonómico, con altura y posiciones ajustables.
Este asiento – cómodo, práctico y funcional- dio un giro al ejercicio de la odontología al redefinir la manera en que el dentista interactuaba con el paciente. Conozcamos un poco de su historia.
Para darnos una idea sobre cómo debió ser la práctica odontológica en sus primeros tiempos, atendamos al siguiente pasaje de Abulcasis, considerado el mejor cirujano de la Edad Media:
“… coloca después en (el diente a extraer) las tenazas grandes bien colocadas, y entre tus rodillas la cabeza del enfermo…”
A mediados del siglo XVII, las extracciones dentales se realizaban en sillas de barbero acondicionadas con reposabrazos, a fin de que el paciente pudiera sujetarse de éstos –con todas sus fuerzas- mientras duraba el doloroso trance.
El padre de la odontología moderna, el francés Pierre Fauchard, sentaba al paciente en una silla con respaldo acolchonado. Corría el año de 1719.
Posteriormente, entre 1790 y 1812, el norteamericano Josiah Flagg construyó un sillón de madera con reposacabezas y un brazo derecho largo destinado a la colocación de instrumental.
James Snell, en 1832, aportó la función reclinable al sillón y dieciséis años después, otro norteamericano, Waldo Hanchett, presentó un lujoso y moderno sillón para dentista que revolucionó la práctica de esta profesión.
Así, con el correr de los años, este sillón – aunque nuestros nervios a veces nos impidan notarlo- terminó por convertirse en uno de los asientos más confortables en los cualquiera puede sentarse.
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